III. LA LIBERTAD ABSOLUTA Y EL TERROR
[1. La libertad absoluta]
La conciencia ha encontrado en la utilidad su concepto. Pero éste es, de una parte, todavía objeto y, de otra parte, y precisamente por ello, todavía fin, en posesión del cual no se encuentra todavía la conciencia de un modo inmediato. La utilidad es todavía predicado del objeto, no es sujeto ella misma; es decir, no es todavía su realidad inmediata y única. Es lo mismo que antes se manifestaba así: que el ser para sí no se mostraba aun como la sustancia de los demás momentos, con lo que lo útil no sería inmediatamente otra cosa que el sí mismo de la conciencia y ésta se hallaría, así, en posesión de ello. Ahora bien, esta recuperación de la forma de la objetividad de lo útil ya ha acaecido en sí, y de esta conmoción interior surge la real conmoción de la realidad, la nueva figura de la conciencia, la libertad absoluta.
De hecho, ya sólo se da, en efecto, una apariencia vacía de objetividad, que separa la autoconciencia de la posesión. Pues, de una parte, toda subsistencia y toda validez de los miembros determinados de la organización del mundo real y del mundo de la fe pueden retrotraerse, en general, a esta determinación simple como a su fundamento y su espíritu; pero, de otra parte, esta determinación simple no tiene ya de por sí nada propio, sino que es más bien pura metafísica, puro concepto o saber de la autoconciencia. En efecto, del ser en y para sí de lo útil como objeto la conciencia conoce que su ser en sí es esencialmente ser para otro; el ser en sí como lo carente del sí mismo es en verdad lo pasivo o lo que es para otro sí mismo. Pero el objeto es para la conciencia en esta forma abstracta del puro ser en sí, pues es pura intelección, cuyas diferencias son en la pura forma de los conceptos. Pero el ser para sí al que retorna el ser para otro, el sí mismo, no es un sí mismo diverso del yo, un sí mismo propio de lo que se llama objeto; pues la conciencia como pura intelección no es sí mismo singular al que el objeto se enfrente también como sí mismo propio, sino que es el puro concepto, el contemplar del sí mismo en el sí mismo, el absoluto verse a sí mismo duplicado; la certeza de sí es el sujeto universal y su concepto consciente la esencia de toda realidad. Así, pues, sí lo útil era solamente el cambio de los momentos que no retorna a su propia unidad y era, por tanto, todavía objeto para el saber, ahora deja de ser esto; pues el saber es él mismo el movimiento de aquellos momentos abstractos, es el sí mismo universal, el sí mismo tanto de sí como del objeto y, como sí mismo universal la unidad retornante a sí de este movimiento.
Así es como el espíritu se halla presente como libertad absoluta; el espíritu es la autoconciencia que se capta a sí misma, de tal modo que su certeza de sí misma es la esencia de todas las masas espirituales del mundo real y del mundo suprasensible, o de tal modo que, a la inversa, la esencia y la realidad son el saber de la conciencia acerca de sí misma. Esta es consciente de su pura personalidad y, en ello, toda realidad [Realität] espiritual, y toda realidad [Realität] es solamente espíritu; el mundo es, para la conciencia, simplemente su voluntad, y ésta es voluntad universal. Y no es, ciertamente, el pensamiento vacío de la voluntad que se pone en el asentimiento tácito o por representación, sino la voluntad realmente [reell] universal, la voluntad de todos los individuos como tales. En efecto, la voluntad es en sí la conciencia de la personalidad o de cada uno, y, como esta verdadera voluntad real debe ser, como esencia autoconsciente de todas y cada personalidad, de tal manera que cada cual hace todo siempre de un modo indiviso y que lo que brota como obrar del todo es el obrar inmediato y consciente de cada uno.
Esta sustancia indivisa de la libertad absoluta asciende al trono del mundo sin que ningún poder, cualquiera que él sea, pueda oponerle resistencia. En efecto, siendo en verdad la conciencia el único elemento en que tienen su sustancia las esencias o las potencias espirituales, se ha derrumbado todo su sistema organizado y mantenido mediante la división en masas, tan pronto como la conciencia individual ha captado el objeto de tal modo que no tiene otra esencia que la misma autoconciencia o que es absolutamente el concepto. Lo que hacía del concepto un objeto que era su diferenciación en masas subsistentes particulares; pero, al convertirse el objeto en concepto, ya no subsiste nada en él; la negatividad ha penetrado todos sus momentos. Entra en la existencia de modo que cada conciencia singular se eleva de la esfera que le había sido asignada y no
encuentra ya en esta masa particularizada su esencia y su obra, sino que capta su sí mismo como el concepto de la voluntad, capta todas las masas como esencias de esta voluntad y sólo puede realizarse en un trabajo que es trabajo total. En esta libertad absoluta se han cancelado, por tanto, todos los estamentos sociales que son las esencias espirituales en las que se estructura el todo; la conciencia singular que pertenecía a uno de esos miembros y quería y obraba en él ha superado sus fronteras; su fin es el fin universal, su lenguaje la ley universal y su obra la obra universal.
El objeto y la diferencia han perdido aquí la significación de la utilidad, el predicado de todo ser real [reales]; la conciencia no inicia su movimiento en el objeto como en un algo extraño del que retorne a sí misma, sino que el objeto es para él la conciencia misma; la oposición consiste, pues, únicamente en la diferencia entre la conciencia singular y la conciencia universal; pero la conciencia singular es ella misma, de un modo inmediato, lo que tenía solamente la apariencia de la oposición, es conciencia y voluntad universal. El más allá de esta su realidad flota sobre el cadáver de la independencia desaparecida del ser real [reales] o creído por la fe solamente como la emanación de un insípido gas, del vacío Être suprème [Ser supremo].
Después de superadas las masas espirituales distintas y la vida limitada de los individuos y sus dos mundos, sólo se halla presente, por tanto, en sí mismo, el movimiento de la autoconciencia universal, como una acción mutua de ella en la forma de la universalidad y de la conciencia personal; la voluntad universal entra en sí misma y es voluntad singular, a la que se enfrentan la ley y la obra universales. Pero esta conciencia singular es consciente de sí, no menos inmediatamente, como conciencia universal; ella es consciente de que su objeto es ley dada por ella y obra llevada a cabo por ella; pasando a la actividad y creando objetividad, no hace, por tanto, nada singular, sino solamente leyes y acciones de Estado.
Este movimiento es, así, la acción mutua de la conciencia consigo misma, en la que la conciencia no deja nada en la figura de un objeto libre enfrentado a ella. De donde se sigue que no puede arribar a ninguna obra positiva, ni a obras universales del lenguaje o de la realidad ni a leyes o instituciones universales de la libertad consciente ni a hechos y obras de la libertad volitiva. La obra a que podría arribar la libertad que se da conciencia consistiría en que, como sustancia universal, se hiciera objeto y ser permanente. Este ser otro sería la diferencia en la libertad, con arreglo a la cual se dividiría en masas espirituales subsistentes y en los miembros de poderes diversos; en parte, en que estas masas fuesen las cosas del pensamiento de un poder legislativo, judicial y ejecutivo separado, pero, en parte, las esencias reales [reale] que se desprenderían como resultado en el mundo real [reales] de la cultura, en que fuesen, considerando más de cerca el contenido del obrar universal, las masas particularizadas del trabajo, que ulteriormente se distinguirán como los estamentos más especiales. La libertad universal, que de este modo se disociaría en sus miembros y se convertiría precisamente con ello en sustancia que es, quedaría así libre de la individualidad singular y distribuiría la muchedumbre de los individuos entre sus diversos miembros. Pero el obrar y el ser de la personalidad se encontraría, de este modo, limitado a una rama del todo, a una especie del obrar y del ser; puesta en el elemento del ser, adquiriría la significación de algo determinado; dejaría de ser una autoconciencia en verdad universal. Pero ésta no se deja arrebatar fraudulentamente su realidad por la representación de la obediencia a leyes dadas por sí mismas que le asignan una parte ni por su representación en el legislar o en el obrar universal; no se deja arrebatar así la realidad de dar ella misma la ley y de llevar a cabo por sí misma, no una obra singular, sino la obra universal; pues allí donde el sí mismo es solamente representado e imaginario no es real; donde se halla representado por otro, no es.
Así como en esta obra universal de la libertad absoluta como sustancia existente no se encuentra la autoconciencia singular, no se encuentra tampoco en los hechos ni en los actos individuales propiamente dichos de su voluntad. Para que lo universal arribe a un acto tiene que concentrarse en lo uno de la individualidad y poner a la cabeza una autoconciencia singular, pues la voluntad universal sólo es voluntad real en un sí mismo que es uno. Pero, con ello, quedan excluidos de la totalidad de este acto todos los otros singulares y, sólo tienen en ella una participación limitada, por donde el acto no sería acto de la autoconciencia real universal. Por tanto, ninguna obra ni acto positivos puede producir la libertad universal; a dicha libertad sólo le resta el obrar negativo; es solamente la furia del desaparecer.
[2. El terror]
Pero la suprema realidad y la realidad más contrapuesta a la libertad universal, o más bien el único objeto que todavía deviene para ella, es la libertad y la singularidad de la misma autoconciencia real.
Pues aquella universalidad que no se deja arribar a la realidad [Realität] de la estructuración orgánica y que tiene como fin el mantenerse en la continuidad indivisa se diferencia en sí, al mismo tiempo, porque es movimiento o conciencia en general. Y, ciertamente, por virtud de su propia abstracción, se separa en extremos igualmente abstractos, en la simple fría universalidad inflexible y en la discreta y dura rigidez absoluta y en la meticulosa puntualidad de la autoconciencia real. Una vez que ha dado cima a la cancelación de la organización real [reale] y subsiste ahora para sí, esto es su único objeto; un objeto que no tiene ya ningún otro contenido, ninguna otra posesión, existencia y extensión exterior, sino que es solamente este saber de sí como un sí mismo singular absolutamente puro y libre. En lo que puede ser captado el sólo su existencia abstracta en general. Por tanto, la relación entre estos dos términos, por ser indivisiblemente absolutos para sí y no poder, por ello, destacar ninguna de sus partes para que sirva de término medio que los articule, es la pura negación totalmente no mediada, y cabalmente la negación de lo singular como lo que es en lo universal. La única obra y el único acto de la libertad universal es, por tanto, la muerte, y además una muerte que no tiene ningún ámbito interno ni cumplimiento, pues lo que se niega es el punto incumplido del sí mismo absolutamente libre; es, por tanto, la muerte más fría y más insulsa, sin otra significación que la de cortar una cabeza de col o la de beber un sorbo de agua.
En la insulsez de esta sílaba consiste la sabiduría del gobierno, el entendimiento de la voluntad universal, su realización. El gobierno no es él mismo otra cosa que el punto que se fija o la individualidad de la voluntad universal. El gobierno, una voluntad y una ejecución que parten de un punto, quiere y ejecuta al mismo tiempo una determinada ordenación y una acción determinada. Con ello, excluye de una parte a los demás individuos de su obrar y, de otra parte, se constituye con ello como un gobierno dotado de una voluntad determinada y contrapuesto de este modo a la voluntad universal; no puede, por tanto, presentarse simplemente de otro modo que como una facción. Lo que ocurre es que la facción triunfante se llama gobierno y precisamente en ello, en el ser una facción radica de modo inmediato la necesidad de su perecer; y el ser gobierno hace de él, a la inversa, una facción y lo hace culpable. Si la voluntad universal se atiene al obrar real del gobierno como a una transgresión perpetrada contra ella, el gobierno, en cambio, no tiene nada determinado y exterior mediante lo que se presente la culpabilidad de la voluntad contrapuesta a él; en efecto, frente al gobierno como la voluntad universal real está solamente la pura voluntad irreal, la intención. El caer sospechoso ocupa aquí, por tanto, el lugar o tiene el significado y el resultado de ser culpable, y la reacción exterior contra esta realidad, que reside en el simple interior de la intención, consiste en la seca cancelación de este sí mismo que es, al cual, por lo demás, no se le puede suprimir más que su ser mismo.
En esta su obra peculiar la libertad absoluta deviene objeto de sí misma y la autoconciencia experimenta lo que esta libertad absoluta es. En sí, es precisamente esta autoconciencia abstracta que cancela en sí toda diferencia y todo subsistir de la diferencia. Como esta autoconciencia abstracta, la libertad es el objeto de sí misma; el terror de la muerte es la intuición de esta su esencia negativa. Pero la autoconciencia absolutamente libre encuentra esta su realidad completamente distinta del concepto que ella tenía de sí misma, según el cual la voluntad universal es solamente la esencia positiva de la personalidad y, por tanto, ésta sólo se sabe en aquella personalidad de un modo positivo o conservada. Sino que para la autoconciencia, que, como pura intelección, separa su esencia positiva y la negativa, separa simplemente lo absoluto carente de predicado como puro pensamiento y como pura materia, el tránsito absoluto de lo uno a lo otro se halla presente en su realidad. La voluntad universal, como autoconciencia absolutamente positiva y real, se trueca, por ser esta realidad autoconsciente elevada a puro pensamiento o a materia abstracta, en la esencia negativa y se revela ser, asimismo, superación del pensamiento de sí mismo o de la autoconciencia.
[3. El despertar de la subjetividad libre]
Así, pues, la libertad absoluta, como pura igualdad de la voluntad universal consigo misma, lleva en sí la negación y, con ello, la diferencia en general y desarrolla ésta, de nuevo, como diferencia real. Pues la pura negatividad tiene en la voluntad universal igual a sí misma el elemento de la subsistencia o la sustancia en que sus momentos se realizan [realisieren], tiene la materia que puede emplear en su determinabilidad; y, en tanto que esta sustancia se ha mostrado como lo negativo para la conciencia singular, se constituye de nuevo, por tanto, la organización de las masas espirituales entre las que se distribuye la muchedumbre de las conciencias individuales. Estas conciencias individuales, que sienten el pavor de su señor absoluto, de la muerte, se resignan de nuevo a la negación y a las diferencias, se distribuyen entre las masas y retornan a una obra dividida y limitada, pero retornan con ello a su realidad sustancial.
De este tumulto el espíritu se vería, por tanto, empujado de nuevo a su punto de partida, al mundo ético y real de la cultura, que no habría hecho más que refrescarse y rejuvenecerse por el temor al señor que ha penetrado de nuevo en los ánimos. El espíritu debería recorrer de nuevo este ciclo de la necesidad y repetirlo una y otra vez si el resultado fuese solamente la perfecta penetración de la autoconciencia y de la sustancia -una penetración en la que la autoconciencia, que ha experimentado la fuerza contra ella negativa de su esencia universal, no se sabría y querría encontrar como este particular, sino solamente como universal y podría también, por tanto, soportar la realidad objetiva del espíritu universal, la cual lo excluye como particular. Pero en la libertad absoluta no se establecía una acción mutua ni entre la conciencia hundida en la existencia múltiple o que se fija fines y pensamientos determinados, ni entre un mundo exteriormente valedero, sea el de la realidad o el del pensamiento, sino entre el mundo simplemente en la forma de la conciencia, como voluntad universal, y asimismo la autoconciencia replegada de toda existencia desplegada, de todo fin y juicio multiforme, para condensarse en el simple sí mismo. La cultura, que la autoconciencia alcanza en la acción mutua con aquella esencia, es, por tanto, la más augusta y suprema, la que consiste en ver cómo su pura y simple realidad desaparece de modo inmediato y se trueca en la nada vacía. En el mundo mismo de la cultura la autoconciencia no llega a intuir su negación o su extrañamiento en esta forma de la abstracción pura, sino que su negación es la negación cumplida, o el honor o la riqueza, que gana en vez del sí mismo del que se ha extrañado; o bien el lenguaje del espíritu y de la intelección a que llega la conciencia desgarrada; o es el cielo de la fe o lo útil de la Ilustración. Todas estas determinaciones se han perdido en la pérdida que el sí mismo experimenta en la libertad absoluta; su negación es la muerte carente de significación, el puro terror de lo negativo, que no lleva en él nada positivo, nada que lo cumpla.
Pero, al mismo tiempo, esta negación no es en su realidad algo extraño; no es ni la universal necesidad situada en el más allá en que el mundo ético se eclipsa ni la contingencia singular de la posesión propia o del capricho del poseedor del que se ve dependiente la conciencia desgarrada, sino que es la voluntad universal, que en esta su abstracción última no tiene nada positivo y que, por tanto, no puede devolver nada para el sacrificio; pero, precisamente, por ello, la voluntad universal forma una unidad sin mediación con la autoconciencia o es lo puramente positivo, por ser lo puramente negativo; y la muerte carente de significación, la negatividad del sí mismo no cumplida, se trueca dentro del concepto interior en la positividad absoluta. Para la conciencia, la unidad inmediata de sí con la voluntad universal, su exigencia de saberse como este punto determinado en la voluntad universal, se convierte en la experiencia sencillamente contrapuesta. La que para ella desaparece aquí es el ser abstracto o la inmediatez del punto carente de sustancia, y esta inmediatez desaparecida es la voluntad universal misma como la que ahora se sabe, en tanto que es inmediatez superada, en tanto que es puro saber a pura voluntad. De este modo, la conciencia sabe la voluntad pura como sí misma y se sabe como esencia, pero no como la esencia que inmediatamente es, ni la sabe como el gobierno revolucionario o como la anarquía que aspira a constituirse como anarquía, ni se sabe como el punto medio de esta facción o de la facción opuesta a ella, sino que la voluntad universal es su puro saber y querer, y la conciencia es voluntad universal como este puro saber y querer. No se pierde aquí a sí misma, pues el puro saber y querer es más bien ella, como el punto atómico de la conciencia. Es, por tanto, la acción mutua del puro saber consigo mismo; el puro saber como esencia es la voluntad universal; pero esta esencia es simplemente tan sólo el puro saber. La autoconciencia es, por tanto, el puro saber de la esencia como puro saber. Además, como sí mismo singular es solamente la forma del sujeto o del obrar real, que ella sabe como forma; y, asimismo, para ella, la realidad objetiva, el ser, es sencillamente forma carente de sí mismo, ya que tal realidad sería lo no sabido; sin embargo, este puro saber sabe el saber como la esencia.
La libertad absoluta ha acomodado, pues, a sí misma la oposición entre la voluntad universal y la voluntad singular; el espíritu que se ha extrañado, empujado hasta la cúspide de su oposición, en la que son todavía diferentes el puro querer y el que puramente quiere, reduce esa contraposición a una forma transparente y se encuentra él mismo en ella. Como el reino del mundo real pasa al reino de la fe y de la intelección, así también la libertad absoluta pasa de la realidad que se destruye a sí misma a otra región del espíritu autoconsciente, en la que vale en esta irrealidad como lo verdadero, en el pensamiento del cual se reconforta el espíritu, en tanto que es y permanece pensamiento y sabe como la esencia perfecta y completa este ser encerrado en la autoconciencia. Ha nacido la nueva figura del espíritu moral.
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