B. La realización de la autoconciencia racional por sí misma
La autoconciencia ha encontrado la cosa como sí misma y se ha encontrado a sí misma como cosa; es decir, para la autoconciencia la cosa es en sí la realidad objetiva. No es ya la certeza inmediata de ser toda realidad, sino una certeza para la que lo inmediato en general tiene la forma de algo superado, de tal modo que su objetividad solamente vale como la superficie cuyo interior y esencia es la autoconciencia misma. Por tanto, el objeto con que ésta se relaciona de un modo positivo es una autoconciencia; este objeto es en la forma de la coseidad, es decir, es independiente; pero la autoconciencia tiene la certeza de que este objeto independiente no es algo extraño para ella; sabe, así, que es reconocida en sí por él; la autoconciencia es el espíritu que abriga la certeza de tener la unidad consigo misma en la duplicación de su autoconciencia y en la independencia de ambas. Esta certeza es la que ahora tiene que elevarse ante él a verdad; lo que vale para ella, el que sea en sí y en su certeza interior, debe entrar en su conciencia y llegar a ser para ella.
[1. La dirección inmediata del movimiento de la conciencia de sí; el reino de la ética]
Cuáles serán las estaciones universales de esta realización lo caracteriza ya, en general, la comparación con el camino recorrido hasta aquí. En efecto, lo mismo .que la razón observadora repetía en el elemento de la categoría el movimiento de la conciencia, a saber, la certeza sensible, el percibir y el entendimiento, la razón recorrerá también de nuevo el doble movimiento de la autoconciencia y pasará de la independencia a su libertad. Primeramente, esta razón activa sólo es consciente de sí misma como un individuo y debe, como tal, postular y hacer brotar su realidad en el otro; en segundo lugar, al elevarse su conciencia a universalidad, deviene razón universal y es consciente de sí como razón, como un en y para sí ya reconocido, que aúna en su pura conciencia toda autoconciencia; es la esencia espiritual simple, que, al llegar al mismo tiempo a la conciencia, es la sustancia real dentro de la cual las formas anteriores retornan como a su fundamento, de tal modo que sólo son, con respecto a éste, momentos singulares de su devenir, que aunque se desgajan y se manifiestan como figuras propias, de hecho sólo tienen ser allí y realidad en cuanto sostenidas por dicho fundamento, y sólo tienen su verdad en tanto que son y permanecen en él mismo.
Si tomamos en su realidad [Realität] esta meta que es el concepto que ha nacido ya para nosotros -a saber, la autoconciencia reconocida que tiene la certeza de sí misma en la otra autoconciencia libre y que tiene precisamente en ella su verdad- o si destacamos este espíritu todavía interior como la sustancia que ha llegado ya hasta su ser allí, se abre en este concepto el reino de la ética. Este no es, en efecto, otra cosa que la unidad espiritual absoluta de su esencia en la realidad independiente de los individuos; una autoconciencia en sí universal que es a sí tan real en otra conciencia, que tiene esta perfecta independencia o es una cosa para ella y que precisamente en esto es consciente de la unidad con el otro y sólo en esta unidad con esta esencia objetiva es autoconciencia. Esta sustancia ética en la abstracción de la universalidad es solamente la ley pensada, pero es también, de un modo no menos inmediato, autoconciencia real, o es el hábito ético. Y, a la inversa, la conciencia singular es solamente este uno que es, en tanto que es consciente de la conciencia universal en su singularidad como su propio ser, en cuanto que su obrar y su existencia son el hábito ético universal.
En la vida de un pueblo es donde, de hecho, encuentra su realidad [Realität] consumada el concepto de la realización de la razón consciente de sí, donde esta realización consiste en intuir en la independencia del otro la perfecta unidad con él o en tener por objeto como mi ser para mí esta libre coseidad de un otro previamente encontrada por mi, que es lo negativo de mí mismo. La razón se halla presente como la sustancia universal fluida, como la coseidad simple inmutable, que irradia en muchas esencias totalmente independientes como la luz irradia en las estrellas como innumerables puntos luminosos para sí, que en su absoluto ser para sí no sólo se disuelven en la simple sustancia independiente, sino que son también para sí mismos; son conscientes de ser estas esencias independientes singulares por el hecho de que sacrifican su singularidad y de que esta sustancia universal es su alma y su esencia; del mismo modo que este universal es, a su vez, su acción como esencias singulares o la obra producida por ellas.
El obrar y afanarse puramente singulares del individuo se refieren a las necesidades que éste tiene como esencia natural, es decir, como singularidad que es. Si incluso estas sus funciones más corrientes no se reducen a la nada, sino que tienen realidad, ello se debe al médium universal que sostiene al individuo, al poder del todo el pueblo. Pero el individuo no encuentra, en general, en la sustancia universal solamente esta forma de subsistencia de su actuar, sino también, igualmente, su contenido; lo que el individuo hace es la capacidad y el hábito ético universales de todos. Este contenido, en tanto que se singulariza totalmente está, en su realidad, circunscrito dentro del actuar de todos. El trabajo del individuo para satisfacer sus necesidades es tanto una satisfacción de las necesidades de los otros como de las suyas propias, y sólo alcanza la satisfacción de sus propias necesidades por el trabajo de los otros. Así como el individuo lleva ya a cabo en su trabajo singular, inconscientemente, un trabajo universal, lleva a cabo, a su vez, el trabajo universal como un objeto consciente; el todo se convierte en obra suya como totalidad, obra a la que se sacrifica y precisamente así se recobra a sí mismo desde esta totalidad. No hay aquí nada que no sea recíproco, nada en que la independencia del individuo no cobre su significación positiva del ser para sí en la disolución de su ser para sí en la negación de sí mismo. Esta unidad del ser para otro o del hacerse cosa y del ser para sí, esta sustancia universal, habla su lenguaje universal en las costumbres y leyes de su pueblo; pero esta esencia inmutable que es no es sólo la expresión de la individualidad singular misma que parece contrapuesta a ella; las leyes expresan lo que cada singular es y hace; el individuo no sólo las reconoce como su coseidad objetiva universal, sino que se reconoce asimismo en ella, o se reconoce como singularizado en su propia individualidad y en cada uno de sus conciudadanos. Por tanto, solamente en el espíritu universal tiene cada uno la certeza de sí mismo, o sea la certeza de no encontrar en la realidad que es más que a sí mismo; está tan cierto de los otros como de sí. Intuyo en todos que son para sí mismos solamente esta esencia independiente, como lo soy yo; intuyo en ellos la libre unidad con los otros, de tal modo que ella es a través de mí lo mismo que a través de los otros; los intuyo a ellos como yo, y me intuyo a mí como ellos.
En un pueblo libre se realiza, por tanto, en verdad la razón; ésta es el espíritu vivo presente, en que el individuo no sólo encuentra expresado su destino, es decir, su esencia universal y singular, y la encuentra presente como coseidad, sino que él mismo es esta esencia y ha alcanzado también su destino. De ahí que los hombres más sabios de la antigüedad hayan formulado la máxima de que la sabiduría y la virtud consisten en vivir de acuerdo con las costumbres de su pueblo.
[2. El movimiento inverso contenido en esta dirección; La esencia de la moralidad]
Sin embargo, de esta dicha que consiste en haber alcanzado su destino y vivir en él ha salido fuera la autoconciencia, que primeramente sólo de un modo inmediato y de acuerdo con el concepto es espíritu, aunque también podríamos decir que aun no lo ha alcanzado, pues ambas cosas podrían decirse del mismo modo.
La razón tiene necesariamente que salir fuera de esta dicha; pues sólo en sí o de un modo inmediato es la vida de un pueblo libre la eticidad real [real], o es una eticidad que es, con lo cual este espíritu universal es también él mismo un espíritu singular y la totalidad de las costumbres y las leyes una sustancia ética determinada, que sólo en el momento superior, a saber, en la conciencia de su esencia, se despoja de la limitación, y sólo en este reconocimiento, pero no inmediatamente en su ser, tiene su verdad absoluta; en este ser es, en parte, una sustancia limitada y, en parte, la limitación absoluta consistente precisamente en que el espíritu es en la forma del ser.
Además, la conciencia singular, tal como tiene de un modo inmediato su existencia en la eticidad real [real] o en el pueblo, es una confianza firme, en la que el espíritu no se ha resuelto en sus momentos abstractos y que, por tanto, no se sabe tampoco como ser para sí como pura singularidad. Pero, cuando llega a este pensamiento, como necesariamente tiene que llegar, se pierde esta unidad inmediata con el espíritu o su ser en él, pierde su confianza; aislada para sí, la conciencia singular es para sí misma la esencia, y no ya el espíritu universal. El momento de esta singularidad de la autoconciencia es, ciertamente, en el espíritu universal mismo, pero sólo como una magnitud llamada a desaparecer, que, al surgir para sí, se disuelve también de un modo inmediato en aquél y llega a la conciencia solamente como confianza. Al ser fijado así -y todo momento, por ser un momento de la esencia, tiene necesariamente que llegar él mismo a presentarse como esencia-, el individuo se ha enfrentado a las leyes y a las costumbres; éstas sólo son un pensamiento sin esencialidad absoluta, una teoría abstracta sin realidad; y el individuo es para sí, como este yo, la verdad viva.
O bien la autoconciencia no ha alcanzado aun esta dicha de ser la sustancia ética, el espíritu de un pueblo. Pues, al retornar de la observación, el espíritu no se ha realizado todavía, por el momento, como tal y por sí mismo; sólo se ha puesto como esencia interior o como la abstracción. O es primeramente de modo inmediato; pero lo que es de modo inmediato es un singular; es la conciencia práctica, que avanza hacia el mundo con que se ha encontrado con el fin de duplicarse en esta determinabilidad de un singular, de engendrarse a sí mismo como un éste en tanto que su contraimagen que es y de devenir consciente de esta unidad de su realidad con la esencia objetiva. La conciencia práctica tiene la certeza de esta unidad; da por valedero que esta unidad se halla ya presente en sí o que se halla ya presente esta coincidencia de sí y de la coseidad, pero que sólo llegará a devenir para ella a través de ella misma o que su hacer es también el encontrar aquella unidad. Y, como esta unidad se llama dicha, este individuo será enviado, así, por su espíritu al mundo a la búsqueda de su dicha.
Así, pues, si la verdad de esta autoconciencia racional es para nosotros la sustancia ética, para ella se encuentra aquí el comienzo de su experiencia ética del mundo. Visto por el lado de que no ha llegado aun a la sustancia ética, este movimiento impulsa hacia ella; y lo que en ella se supera son los momentos singulares que la autoconciencia racional considera válidos como aislados. Estos momentos tienen la forma de un querer inmediato o de un impulso natural, el cual alcanza su satisfacción, que es a su vez el contenido de un nuevo impulso. Pero, vista la cosa por el lado de que la autoconciencia ha perdido la dicha de ser en la sustancia, estos impulsos naturales se hallan unidos a la conciencia de su fin como el verdadero destino y esencialidad; la sustancia ética ha descendido a un predicado carente del sí y cuyos sujetos vivos son los individuos que tienen que cumplir su universalidad por sí mismos y velar ellos mismos por su destino. Por tanto, en aquella significación, aquellas figuras son el devenir de la sustancia ética y la preceden; en esta otra, la siguen y revelan a la autoconciencia cuál es su destino; de acuerdo con el primer lado, en el movimiento en que se experimenta cuál es su verdad, se pierde la inmediatez o la tosquedad de los impulsos y el contenido de éstos pasa a ser un contenido más alto; en cambio, por este otro lado, lo que se pierde es la falsa representación de la conciencia que pone su destino en aquellos impulsos. Según aquel lado, la meta que los impulsos alcanzan es la sustancia ética inmediata; en cambio, según éste, es la conciencia de la misma, una conciencia que ella sabe como su propia esencia; y en este sentido, sería este movimiento el devenir de la moralidad, de una figura superior a aquélla. Sin embargo, estas figuras constituyen, al mismo tiempo, solamente un lado de su devenir, a saber, aquel que cae en el ser para sí o en el que la conciencia supera sus fines, y no el lado con arreglo al cual surge de la sustancia misma. Y como estos momentos no pueden tener todavía la significación de ser convertidos en fines en oposición con la eticidad perdida, valen aquí, ciertamente, según su contenido espontáneo, y la meta hacia la que impulsan es la sustancia ética. Pero, al hallarse más cerca de nuestros tiempos, aquella forma de los mismos momentos bajo la que se manifiestan después que la conciencia ha perdido su vida ética y repite en su búsqueda aquellas formas, se los puede representar aquí más bien en la expresión de este modo.
La autoconciencia, que primero es solamente el concepto del espíritu, aborda este camino en la determinabilidad de ser ella misma la esencia como espíritu singular; y su fin es, por tanto, el de darse la realización como un singular y el de gozar de sí mismo como tal, en ella.
En la determinación de ser ella misma la esencia como lo que es para sí, esta autoconciencia es la negatividad del otro; en su conciencia, ella misma se enfrenta, por tanto, como lo positivo, a algo que ciertamente es, pero que tiene para ella la significación de algo que no es en sí; la conciencia se manifiesta escindida en esta realidad encontrada y en el fin que cumple mediante la superación de dicha realidad y que convierte en realidad en vez de aquélla. Pero su primer fin es su inmediato ser para sí abstracto o el intuirse a sí misma, como este individuo, en otro, o intuir otra autoconciencia como sí misma. La experiencia de lo que es la verdad de este fin eleva a la autoconciencia a un plano más alto y se convierte a partir de ahora en fin de ella, en cuanto que es al mismo tiempo universal y tiene la ley de un modo inmediato en ella misma. Pero, al cumplir esta ley de su corazón, experimenta que la esencia singular no se mantiene aquí, sino que el bien sólo puede cumplirse mediante el sacrificio de ella, y la autoconciencia deviene virtud. La experiencia que ésta hace no puede ser otra que la de que su fin está ya cumplido en sí, de que la dicha se encuentra de un modo inmediato en la acción misma y de que la misma acción es el bien. El concepto de toda esta esfera, de que la coseidad es el ser para sí del espíritu mismo, deviene su movimiento para la autoconciencia. Al encontrarlo, la autoconciencia es, pues, para sí misma realidad [Realität], como individualidad que se expresa de modo inmediato, que no encuentra ya resistencia en una realidad contrapuesta y para la que solamente esta expresión misma es objeto y fin.
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