Conclusión. La identidad de coseidad y razón
Una ojeada de conjunto sobre la serie de relaciones que hemos venido considerando y que constituyen el contenido y el objeto de la observación muestra que ya en su primer modo, en la observación de las relaciones de la naturaleza inorgánica desaparece ante ella el ser sensible; los momentos de su relación se presentan como puras abstracciones y como conceptos simples que debieran estar firmemente unidos con el ser allí de las cosas, pero este ser allí se pierde, de tal modo que el momento se muestra como puro movimiento y como universal. Este proceso libre acabado en sí mismo retiene la significación de algo objetivo, pero surge como un uno; en el proceso de lo inorgánico, lo uno es lo interior no existente; y como uno existente es lo orgánico. Lo uno se enfrenta, como ser para sí o esencia negativa, a lo universal, se sustrae a esto y permanece libre para sí, de tal modo que el concepto, realizado [realisiert] solamente en el elemento de la singularización absoluta no encuentra en la existencia [Existenz] orgánica su verdadera expresión de ser allí como universal, sino que permanece algo exterior o, lo que es lo mismo, un interior de la naturaleza orgánica. El proceso orgánico sólo es libre en sí, pero no lo es para sí mismo; en el fin entra el ser para sí de su libertad, existe como otra esencia, como una sabiduría consciente de ella misma, que es fuera de aquél. La razón observadora se vuelve, por tanto, a esta sabiduría, al espíritu, al concepto existente como universalidad o al fin existente como fin; y su propia esencia es de ahora en adelante, para ella, el objeto.
Se vuelve primeramente hacia su pureza; pero, en tanto que es aprehensión del objeto que se mueve en sus diferencias como un algo que es, las leyes del pensamiento se convierten para ella en relaciones de lo permanente con lo permanente; ahora bien, como el contenido de estas leyes no es más que un conjunto de momentos, se pierden todas ellas en lo uno de la autoconciencia. Este nuevo objeto, tomado asimismo como lo que es, es la autoconciencia singular y fortuita; por tanto, el observar se mantiene dentro del espíritu supuesto y de la relación fortuita entre la realidad consciente y la inconsciente. El objeto es en sí solamente la necesidad de esta relación; por tanto, la observación lo aborda de cerca y compara su realidad volitiva y activa con su realidad reflejada en sí y que se limita a considerar, que es ella misma una realidad objetiva. Este exterior, aunque sea un lenguaje del individuo, que éste tiene en sí mismo, es, al mismo tiempo, como signo, algo indiferente con respecto al contenido que debiera designar, lo mismo que lo que se pone como el signo es indiferente con respecto a esto.
De este lenguaje mudable la observación retorna, por tanto, finalmente, al ser fijo y enuncia de acuerdo con su concepto que la exterioridad, no como órgano ni tampoco como lenguaje y como signo, sino como cosa muerta, es la realidad exterior e inmediata del espíritu. Lo que ha sido superado de la primerísima observación de la naturaleza inorgánica, a saber, el que el concepto debiera hallarse presente como cosa, es instaurada por este modo final de la observación de tal manera que convierte la realidad del espíritu mismo en una cosa o, expresado a la inversa, da al ser muerto la significación del espíritu. De este modo, la observación llega al punto de enunciar lo que era nuestro concepto de ella, a saber, que la certeza de la razón se busca a sí misma como realidad objetiva. No se trata de decir con ello, ciertamente, que el espíritu, que se representa como un cráneo, sea enunciado como cosa; en este pensamiento no debe ir implicado ningún materialismo, como se le llama, sino que el espíritu debe ser más bien algo distinto de este hueso; pero el que es no significa, a su vez, sino que es una cosa. Si el ser como tal o el ser cosa es predicado del espíritu, ello es, por tanto, la verdadera expresión de que el espíritu es algo tal como un hueso. Hay que considerar, por consiguiente, de la más alta importancia el que se haya encontrado la verdadera expresión del hecho de que se diga puramente del espíritu que es. Cuando, por lo demás, se dice del espíritu que es, que tiene un ser, que es una cosa, una realidad singular, no se supone con ello algo que pueda verse o tomarse en la mano, tropezarse con ello, etc., pero sí se dice eso; y lo que en verdad se dice se expresa, por tanto, al decir que el ser del espíritu es un hueso.
Este resultado tiene, ahora, una doble significación, que es, en primer lugar, su significación verdadera, en la medida en que es un complemento del resultado del precedente movimiento de la autoconciencia. La autoconciencia desventurada se ha enajenado su independencia y ha pugnado para convertir su ser para sí en cosa. Ha retornado con ello de la autoconciencia a la conciencia, es decir, a la conciencia para la que el objeto es un ser, una cosa; pero esto, lo que es cosa, es la autoconciencia, es, por tanto, la unidad del yo y del ser, la categoría. En tanto que el objeto es determinado así para la conciencia, ella tiene razón. La conciencia, lo mismo que la autoconciencia, es en sí propiamente razón; pero solamente de la conciencia para la que el objeto se ha determinado como la categoría puede decirse que tiene razón -pero algo distinto de esto es todavía el saber qué es la razón. La categoría, que es la unidad inmediata del ser y de lo suyo, tiene necesariamente que recorrer ambas formas, y la conciencia observadora es precisamente aquella ante la que la categoría se presenta en la forma del ser. En su resultado, esta conciencia expresa aquello cuya certeza carente de conciencia es como proposición -como la proposición que radica en el concepto de la razón. Esta proposición es el juicio infinito según el cual el sí mismo es una cosa –un juicio que se supera a sí mismo. A través de este resultado se añade, por tanto, a la categoría, algo determinado, el que es esta oposición que se supera. La pura categoría, que es para la conciencia en la forma del ser o de la inmediatez, es el objeto todavía no mediado, solamente presente, y la conciencia un comportamiento asimismo no mediado. El momento de aquel juicio infinito es el tránsito de la inmediatez a la mediación o negatividad. Por tanto, el objeto presente se determina como un objeto negativo y la conciencia como la autoconciencia con respecto a él, o la categoría, que ha recorrido la forma del ser en el observar, se pone ahora en la forma del ser para sí; la conciencia no quiere ya encontrarse de un modo inmediato, sino hacerse surgir a sí misma a través de su actividad. Ella misma es para ella el fin de su obrar, mientras que en el observar solamente le importaban las cosas.
La otra significación del resultado es la que ya hemos considerado, la de la observación carente de concepto. Esta observación no sabe captarse y expresarse más que enunciando sin más como la realidad de la autoconciencia el hueso, tal y como éste se encuentra como cosa sensible, que, al mismo tiempo, no pierde su objetividad para la conciencia. Pero no tiene tampoco claridad alguna de conciencia acerca de esto que dice, y no capta su proposición en la determinabilidad de su sujeto y predicado y en la relación entre ellos, y menos aun en el sentido del juicio infinito que se resuelve a sí mismo y del concepto. En virtud de una autoconciencia del espíritu más profunda que se manifiesta aquí como una honestidad natural, se oculta más bien la ignominia del pensamiento escueto carente de concepto que consiste en tomar un hueso por la realidad de la autoconciencia y lo adorna, con la misma carencia de pensamiento, intercalando en él diversas relaciones de causa y efecto, de signo, órgano, etc., que aquí no tienen ningún sentido, y disimulando lo que esta proposición tiene de tajante mediante las distinciones que de ella se derivan.
Las fibras cerebrales y otras cosas por el estilo, consideradas como el ser del espíritu, son ya una realidad pensada, puramente hipotética -no la realidad que es allí, sentida, vista y verdadera; cuando son allí, cuando son vistas, son objetos muertos y ya no valen como el ser del espíritu. Pero la objetividad propiamente dicha debe ser una realidad inmediata, sensible, de tal modo que el espíritu es puesto en ella como muerto, como real -pues el hueso es lo muerto, en tanto que es en lo vivo mismo. El concepto de esta representación es que la razón es para ella misma toda coseidad, incluso la coseidad puramente objetiva misma; pero es esto en el concepto, o solamente el concepto es su verdad; y cuanto más puro sea el concepto mismo, más desciende y se degrada para convertirse en una vana representación, si su contenido es como representación y no como concepto -Si el juicio que se supera a sí mismo no se toma con la conciencia de esta su infinitud, sino como una proposición permanente y su sujeto y predicado valen cada uno de ellos para sí, fijándose el sí mismo como sí mismo, la cosa como cosa, a pesar de que lo uno debe ser lo otro. La razón, esencialmente el concepto, se escinde de un modo inmediato en sí mismo y en su contrario, oposición que precisamente por ello se supera de un modo igualmente inmediato. Pero, ofreciéndose así como el sí mismo y como su contrario y manteniéndose así firmemente en el momento totalmente singular de este desdoblamiento, es aprehendida irracionalmente; y cuanto más puros sean los momentos de ella, más tajante será la manifestación de este contenido, el cual o bien será solamente para la conciencia o bien será ingenuamente enunciado por ella. La profundidad que el espíritu extrae del interior, pero que sólo empuja hasta llevarla a su conciencia representativa, para dejarla en ésta -y la ignorancia de esta conciencia acerca de lo que es lo que ella dice, es la misma conexión de lo elevado y lo ínfimo que la naturaleza expresa ingenuamente en lo viviente, al combinar el órgano de su más alta perfección, que es el órgano de la procreación, con el órgano urinario. El juicio infinito como infinito sería la perfección de la vida que se comprende a sí misma; en cambio, la conciencia de la vida que permanece en la representación se comporta como el orinar.
miércoles, 7 de mayo de 2008
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