B. El espíritu extrañado de sí mismo; la cultura
La sustancia ética mantenía la oposición encerrada en su conciencia simple y ésta en unidad inmediata con su esencia. La esencia tiene, por tanto, la determinabilidad simple del ser para la conciencia orientada inmediatamente hacia aquélla y de que ella es la costumbre; ni la conciencia tiene ante sí validez como este sí mismo exclusivo ni la sustancia tiene la significación de una existencia excluida de este sí mismo con el cual tuviera que ser uno solamente mediante el extrañamiento de sí misma, haciendo surgir al mismo tiempo la misma sustancia. Pero aquel espíritu cuyo sí mismo es lo absolutamente discreto tiene su contenido frente a sí como una realidad igualmente dura, y el mundo tiene aquí la determinación de ser algo exterior, lo negativo de la autoconciencia. Pero este mundo es esencia espiritual, es en sí la compenetración del ser y la individualidad; este su ser allí es la obra de la autoconciencia, pero asimismo una realidad presente de un modo inmediato, una realidad extraña a ella, que tiene ser propio y peculiar y en la que la autoconciencia no se reconoce. Es la esencia exterior y el contenido libre del derecho; pero esta realidad exterior que el dueño del mundo del derecho abarca en sí no es solamente esta esencia elemental presente de un modo contingente para el sí mismo, sino que es además su trabajo propio, pero no positivo, sino más bien negativo. Dicha realidad exterior adquiere su ser allí mediante la propia enajenación y renuncia a la esencia de la autoconciencia, renuncia que parece imponerle la fuerza exterior de los elementos desencadenados, en la devastación que reina en el mundo del derecho. Estos elementos son para sí solamente la pura devastación y la disolución de sí mismos; pero esta disolución, esta su esencia negativa, es precisamente el sí mismo; es su sujeto, su obrar y su devenir. Ahora bien, este obrar y este devenir con que la sustancia deviene real es el extrañamiento de la personalidad, pues el sí mismo valedero de un modo inmediato, es decir, sin extrañamiento, en y para sí, es sin sustancia y juguete de aquellos elementos tumultuosos; su sustancia es su enajenación misma, y la enajenación es la sustancia, o son las potencias espirituales que se ordenan en un mundo y que de este modo se mantienen.
La sustancia es, de este modo, espíritu, unidad autoconsciente del sí mismo y de la esencia; pero ambos tienen también la significación del extrañamiento el uno con respecto al otro. El espíritu es conciencia de una realidad objetiva para sí libre; pero a esta conciencia se enfrenta aquella unidad del sí mismo y de la esencia, a la conciencia real se enfrenta la conciencia pura. De una parte, mediante su enajenación, la autoconciencia real pasa al mundo real y éste retorna a aquélla; pero, de otra parte, se ha superado precisamente esta realidad, tanto la persona como la objetividad; éstas son puramente universales. Este su extrañamiento es la pura conciencia o la esencia. La presencia tiene de un modo inmediato su oposición en su más allá, que es su pensamiento y su ser pensado, del mismo modo como esto tiene su oposición en el más acá, que es su realidad para él extrañada.
He ahí por qué este espíritu no se forma solamente un mundo, sino un mundo doble, separado y contrapuesto. El mundo del espíritu ético es su propia presencia; cada potencia de dicho mundo es en esta unidad y, en la medida en que las dos potencias se diferencian, en equilibrio con el todo. Nada tiene la significación de lo negativo de la autoconciencia; incluso el espíritu que ha expirado se halla presente en la sangre del parentesco, en el sí mismo de la familia, y la potencia universal del gobierno es la voluntad, el sí mismo del pueblo. Pero, aquí, lo presente significa solamente una realidad objetiva que tiene su conciencia más allá; todo momento singular, como esencia, recibe ésta y con ella la realidad de un otro y, en la medida en que es real, su esencia es un otro que su realidad. Nada tiene un espíritu fundado en él mismo e inmanente, sino que es fuera de sí en un espíritu extraño -el equilibrio del todo no es unidad que permanece en sí misma ni su aquietamiento que ha retornado a sí, sino que se basa en el extrañamiento de lo contrapuesto. El todo es, por consiguiente, como cada momento singular, una realidad [Realität] extrañada de sí; se quiebra en un reino en el que la autoconciencia es real, lo mismo que su objeto, y otro, el reino de la pura conciencia, que más allá del primero no tiene presencia real, sino que es en la fe. Ahora bien, así como el mundo ético retorna de la separación en ley humana y ley divina y de sus figuras y su conciencia retorna de la separación en saber e inconsciencia a su destino, al sí mismo como la potencia negativa de esta oposición, también retornarán al sí mismo estos dos reinos del espíritu extrañado de sí; pero si era el primer sí mismo con validez inmediata, la persona singular, el segundo, que retorna a sí de su enajenación, será el sí mismo universal, la conciencia que ha captado el concepto, y estos mundos espirituales, todos los momentos de los cuales afirman de sí una realidad plasmada y una subsistencia no espiritual, se disolverán en la pura intelección. Ésta, como el sí mismo que se capta a sí mismo, consuma la cultura; no aprehende nada más que el sí mismo, y lo aprehende todo como el sí mismo, es decir, lo concibe todo, cancela toda objetividad y convierte todo ser en sí en un ser para sí. Vuelta contra la fe como el reino extraño de la esencia situado en el más allá, es la Ilustración [Aufklärung]. Esta consuma el extrañamiento también en aquel reino a que va a refugiarse el espíritu extrañado como a la conciencia de la quietud igual a sí misma; le trastorna a este espíritu el orden doméstico implantado aquí por él, introduciendo en aquel reino los instrumentos del mundo del más acá de que el espíritu no puede renegar como propiedad suya, porque su conciencia pertenece igualmente al mundo del más acá. En esta empresa negativa, la pura intelección se realiza [realisiert] a sí misma, a la par que hace surgir su propio objeto, la esencia absoluta incognoscible y lo útil. Y puesto que, de este modo, la realidad ha perdido toda sustancialidad y ya nada en ella es en sí, se ha derribado, al igual que el reino de la fe, el del mundo real [reale], y esta revolución hace surgir la libertad absoluta, con lo que el espíritu antes extrañado ha retornado totalmente a sí, abandona este terreno de la cultura y pasa a otro terreno, al terreno de la conciencia moral.
i. El mundo del espíritu extrañado de si
El mundo de este espíritu se escinde en un mundo doble: el primero es el mundo de la realidad o del extrañamiento del espíritu; el segundo, empero, aquel que el espíritu, elevándose por sobre el primero, se construye en el éter de la pura conciencia. Este mundo, contrapuesto a aquel extrañamiento, no por ello se halla libre precisamente de él, sino que más bien es simplemente la otra forma del extrañamiento, que consiste cabalmente en tener la conciencia en dos mundos distintos, abarcando ambos. La que aquí se considera no es, por tanto, la autoconciencia de la esencia absoluta tal y como es en y para sí, no es la religión, sino que es la fe, en tanto que la evasión del mundo real y en tanto que no es, por consiguiente, en y para sí. Esta evasión del reino de la presencia es, por tanto, en ella misma y de un modo inmediato, una doble evasión. La pura conciencia es el elemento al que se eleva el espíritu, pero no es solamente el elemento de la fe, sino que es asimismo el del concepto; ambos entran en juego, por tanto, juntos y entrelazados, y aquél sólo puede ser tenido en cuenta en oposición a éste.
a. La cultura y su reino de la realidad
El espíritu de este mundo es la esencia espiritual impregnada por una autoconciencia que se sabe presente de un modo inmediato como esta autoconciencia que es para sí y que sabe la esencia como una realidad opuesta a ella. Pero la existencia de este mundo, lo mismo que la realidad de la autoconciencia, descansa sobre el movimiento en que esta personalidad suya se enajena, haciendo surgir con ello su mundo y comportándose frente a éste como frente a un mundo extraño y como si de ahora en adelante tuviera que apoderarse de él. Pero la renuncia a su ser para sí es ella misma la creación de la realidad, y gracias a ella se apodera, por tanto, inmediatamente, de ésta. Dicho de otro modo, la autoconciencia sólo es algo, sólo tiene realidad [Realität] en la medida en que se extraña de sí misma; se pone así como universal, y esta su universalidad es su validez y su realidad. Esta igualdad con todos no es, por tanto, aquella igualdad del derecho, no es aquel inmediato ser reconocido y valer de la autoconciencia sencillamente porque es, sino que vale porque, gracias a la mediación del extrañamiento, se ha puesto en consonancia con lo universal. La universalidad privada de espíritu del derecho asume dentro de sí y legitima todo modo natural del carácter como del ser allí. Pero la universalidad que aquí vale es la universalidad que ha devenido y es por esto real.
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